Marcos 5:39-42 relata el siguiendo episodio: Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de Él. Mas Él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña y a los que estaban con Él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente.
Era una casa de duelo; una niña, para la cual su papá pidió ayuda a Jesucristo, como última esperanza, había fallecido y desde el punto de vista humano, ya no había nada que hacer.
Cuando iban camino a la casa de Jairo, las malas noticias los había alcanzado; no había razón para molestar a Jesús, ya que la niña había fallecido. La razón decía no hay nada que hacer; la incredulidad afirmaba: murió y nadie puede hacer más nada. A todo esto, en el versículo 36, Jesús inyecta en el papá angustiado, la esperanza de que nada está perdido cuando una persona acude a Jesucristo: no temas, cree solamente.
El creer anula los efectos del temor y Jesús le estaba diciendo justamente eso: Viniste a mí por ayuda, yo te puedo ayudar, yo puedo hacer por ti lo que nadie ha hecho; cree solamente!
Habían muchas personas en la casa enlutada y todos vivían el alboroto y el llanto de una pérdida irreparable, cuando llegó Jesús.
Quienes no creen, cuando oyen palabras de fe, reaccionan burlándose de la realidad de la fe, porque la realidad de la incredulidad es contemplar lo imposible, la muerte, la pérdida y la derrota.
Jesús los echó a todos.
Al echar a los incrédulos, Jesús estableció la realidad del cielo en la tierra; en otras palabras, estaba generando un ambiente de milagros y la fe de los que creían, debería ser protegida de las palabras de desaliento y exaltación de lo imposible.
Así, Jesús dio la palabra con autoridad: Levántate! La que estuvo muerta, vivió.
¡Así es la fe! Trae vida de Dios a un ambiente de muerte.
Protege tu fe.